CHRISTIAN FARÍAS: UN CANTO LIBERTARIO EMERGIDO DE LAS AGUAS DEL CARIBE

Gustavo Fernández Colón

Yemayá, Yemayá,
madre de agua, yo te canto,
Yemayá, Yemayá,
purifícame en tu manto…

AlbertoTosca.

Fue en la Venezuela de finales de los años ochenta, la de las convulsiones sociales que prefiguraron la quiebra del puntofijismo y la insurrección popular de febrero de 1989, cuando conocí a Christian Farías en las aulas de la Escuela de Educación de la Universidad de Carabobo. Desde entonces hemos cultivado una amistad que hoy pasa de dos décadas, alimentada por nuestro común interés por la literatura y por las luchas de liberación de los pueblos de América Latina y el mundo.

A lo largo de estos años, he llegado a ser testigo de su lealtad inquebrantable a la poesía y a sus convicciones filosóficas y políticas, a las que ha entregado la mayor parte de su vida, a la par con una incansable labor docente dedicada a la formación y sensibilización de centenares de estudiantes universitarios y de secundaria del estado Carabobo.

Por ello es para mí un honor y un motivo de regocijo, el tener la oportunidad de escribir estas líneas de presentación para “En el borde del oleaje”, un libro de poesía cuyo reconocimiento con el primer lugar en la décimo-séptima edición del Concurso Nacional de Literatura del IPASME hoy celebramos.

Cabe recordar que en 2008, el Fondo Editorial “Fabricio Ojeda” de la Gobernación de Anzoátegui publicó “La Vanguardia Literaria Subversiva”, un libro con el cual Christian dejó constancia de una inteligencia ensayística de tan elevados quilates como los de su talento lírico. En este texto llevó a cabo un amplio recorrido crítico por la poesía venezolana comprometida con las causas revolucionarias, trazando un arco histórico que se inicia con Víctor Valera Mora y concluye con Tarek Williams Saab.

Ahora, con “En el borde del oleaje”, Christian suma su nombre a la genealogía de poetas latinoamericanos y caribeños admirados y estudiados por él, como Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Roque Dalton, Mario Benedetti y los ya mencionados Víctor Valera Mora y Tarek Williams Saab, para quienes la palabra poética es testimonio de su compromiso irrenunciable con la fraternidad humana y la emancipación de los pobres y oprimidos de la Tierra. De la misma manera, la vocación americanista infundida desde el siglo XIX en nuestras letras por Andrés Bello, Rubén Darío y José Martí resurge con renovados bríos en los versos de Farías, en este siglo XXI en el que la Indoamérica, la Afroamérica y la América mestiza alzan de nuevo sus voces contra los distintos Imperios de Occidente que han pretendido avasallarlas desde los tiempos de Colón:

Amada tierra de Haití
Amada tierra de Guatemala
Amada tierra de Honduras
Amada tierra de México de Perú de Bolivia
Amada tierra de América
¿Quién os hará libres?
Hermanos negros y negras de Estados Unidos
Latinos andariegos de Nueva York
La rebelión es el más hermoso combate de amor…
La sed de redención que desde su adolescencia, en los años setenta, impulsó a Christian a incorporarse a las filas de la subversión al lado de figuras emblemáticas de la izquierda venezolana como Douglas Bravo y Francisco Prada, cristaliza en sus cantos de solidaridad con los movimientos insurreccionales que, desde la década del sesenta, estallaron en Venezuela y en todo el continente animados por el triunfo de la Revolución Cubana. Incluso el papel cumplido por los militares progresistas desde los tiempos de la resistencia contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, queda registrado en un texto excepcional como “Analogías de El Porteñazo”, que recrea sus memorias infantiles sobre la rebelión de la izquierda militar de 1962 sofocada a sangre y fuego por el gobierno pro-imperialista de Rómulo Betancourt:

Una tarde en el malecón
Frente a las olas del mar
Recordé el sobrevuelo de los aviones
Durante los primeros días de junio de 1962
Y los soldados y los disparos
Y los trotes y las carreras
Y la mudanza para la casa de la abuela
Esquivando las balas y las bombas
Ella nos servía funche con mantequilla y queso
La paleta en la mano de mi abuela
Nos hacía caminar derechitos
Igual a los rebeldes
Llevados como prisioneros
Por las fuerzas del orden
Las luchas campesinas de aquel tiempo –y simbólicamente las de todos los tiempos- en defensa del derecho a una vida y una identidad indisolublemente ligadas a la posesión común y el cultivo fraternal de la tierra, quedan plasmadas en versos tan nostálgicos como visionarios, en los que cobran eco las gestas de Emiliano Zapata y Ezequiel Zamora, o los combates de las comunidades indígenas y rurales del presente por la propiedad colectiva de sus territorios y, en general, por la preservación de la naturaleza amenazada a escala planetaria por la rapacidad del capital: 

Para vencer la desesperanza
Entre los tabiques del barro
El sol dibuja los caminos en sus rostros
El cielo es un estero de hojas secas
Llanto de pájaros y nostalgia airosa
La voluntad se anida en el aire
Y convierte al viento en flechas fusiles y banderas
El cielo es un estero de hojas secas
Cuidar a los niños y fortalecer la resistencia
-Repetía el hombre con su voz y su fusil-
Sin tierra y sin agua se nos va la vida
El rostro del adversario queda nítidamente dibujado en esta poética atravesada no sólo por el fragor de la lucha de clases, sino también por el clamor ancestral de los pueblos indígenas, negros y mestizos de Nuestra América, para quienes la modernidad capitalista no ha sido más que un nombre utilizado eufemísticamente para designar a la dominación y el exterminio:

Aquí la mayor parte de las élites liquidan sus conciencias
Tributan sus cuerpos al libre mercado
Oscilan entre el dinero y la hipocresía
O adoran el Norte y las Europas…
Aquí llegan las mentiras de la modernidad
Demolidas entre el fuego y el viento
Atrapadas entre el cielo y la tierra
Reinventadas entre el agua y el barro…
Somos los hijos del limo
Reinventores del sueño y la materia
Pero no sólo en las gestas colectivas, triunfantes o debeladas, es posible vislumbrar la utopía de una humanidad liberada de sus ataduras. También en la convivencia amorosa del hombre y la mujer, en la cotidianidad de la vida en pareja, el goce de una existencia plena se alcanza por instantes, tan efímeros y eternos como la palabra misma que intenta preservarlos:

Cuando sirves el té de la mañana
Es como si anunciaras otro mundo
Las epifanías tocan la puerta…
Y la palabra se vuelve mariposa
Con su presencia efímera…
Y así como la calidez del cuerpo de la mujer desnuda, “detenida sobre las almohadas”, es la única fuente de certeza en medio del tráfago alienante de la vida diaria, hasta el punto de que sólo junto a ella es posible sentirse “como un pájaro seguro en su nido”; del mismo modo los recuerdos de la infancia, signados sobre todo por la presencia numinosa de la madre, se transfiguran en universo mítico de una dicha congelada para siempre en el pasado y proyectada hacia un futuro incierto por las batallas redentoras del presente, en las que “las balas de los fusiles de los opresores / son tan mortales como las balas de la revolución”. De ahí que sólo la mujer amada en la adultez y la madre reverenciada como divinidad en el paraíso perdido de la infancia, sean vividas como encarnaciones de la liberación y la dicha duraderas:

Mi madre jugaba y se bañaba en el río
Y en su inocencia se fijaba un tiempo lento
Un tiempo sinuoso y sin futuro
Como las piedras y el polvo de los caminos…
Mi madre es mujer de otro tiempo
Parece un hada milagrosa del trópico
Su bondad es leche infinita del cielo
Y su cobijo es un tesoro abierto…
Por otra parte, la ternura materna resulta indesligable de la ciudad habitada en la niñez: el Puerto Cabello solar y bullicioso emplazado a las orillas del Mar Caribe, impregnado de la sensualidad y la nostalgia de la espiritualidad afroamericana de buena parte de sus pobladores. Ciudad divinizada en el imaginario poético de Farías como origen y destino de nuestra felicidad definitiva:
Vuelvo al puerto de mi infancia
Lejanía profunda del recuerdo
Para anclar la nostalgia de los tiempos idos
Los cerros
Las calles de salitre y ponsigué
El mar
Los cocos y la uva de playa
Los bares de brisa marina
Llenos de son de guaracha y bolero caribe…
Los negros teñidos a martes de carnaval
La danza de San Juan ¡Abigarrado tambor!
Ensalmes de incienso y licor
En las calles y en las plazas…
No sé si Christian estará de acuerdo con mi apreciación de que la vena más profunda de su imaginario poético proviene de la espiritualidad afrocaribeña, que se transpira en su metafísica del agua, en su cosmología fundada en la potencia genésica de los ritmos marinos. Por momentos, su visión de una madre nutricia contemplada a la orilla del mar o junto al río nos recuerda a la imagen arquetípica de Yemayá, la diosa de “siete sayas y siete mares” que la religiosidad yoruba dejó plantada para siempre en el Caribe, gracias a la devoción de nuestros ancestros africanos traídos a la fuerza como esclavos por los colonizadores europeos:
El agua acelera su caída
Sobre los bordes del viejo muelle
Y crece en el oleaje del mar
Para borrar las huellas con sus espumas
Las horas se diluyen en su vaivén
Su eternidad sonora
Envuelve la piel de los amantes
Como un manto gigante y salobre
Invisiblemente cubre el rostro del viento
En ocasiones la lluvia
Se apodera de la playa
Y entonces todo parece agua
Incluso los contenidos políticos más explícitos de su poesía parecen responder más a la tradición de lucha encarnada por esclavos rebeldes legendarios como Miguel de Buría, Andresote o José Leonardo Chirino, que a “los ecos sensibles de Rimbaud y de Marx”. En sus versos combativos perviven, con plena vigencia, cinco siglos de resistencia indígena y los anhelos de emancipación de los afrodescendientes confinados en las plantaciones del continente, desde el sur de los Estados Unidos hasta el Brasil. Son los mismos ímpetus libertarios y la misma añoranza de la tierra de los orígenes, presentida más allá de las aguas, que palpitan de nuevo cada vez que el ritmo sincopado del “jazz cubre la noche” o “la guaracha y el bolero suenan / al vaivén del mar”.

Bienvenidas sean, pues, al torrente vital de la literatura latinoamericana y caribeña, la metafísica del agua y la poética de la liberación que Christian Farías ha tenido el talento y la generosidad de traer al mundo, a través de estos versos memorables escritos “En el borde del oleaje”.

Valencia, 07 de junio de 2.010.

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