LOS ACORDES DEL MAR EN LA POESÍA
DE TRES AUTORES PORTEÑOS

Gustavo Fernández Colón

Discurso de Incorporación como Miembro Correspondiente
de la Academia de la Lengua Capítulo Carabobo
Valencia, Centro de Artes Vivas “Alexis Mujica” - CAVAM,
Viernes 31 de octubre de 2014

Para quienes nacimos y crecimos en Valencia, la primera revelación de la inmensidad del mar debemos agradecérsela a Puerto Cabello. La frontera donde la tierra sólida se extingue y principia la fluidez sin límites del agua queda allí, para nosotros, después de Las Trincheras, donde la Cordillera de la Costa sumerge su piel verde bajo la sábana azul del Mar Caribe.
Mis primeros recuerdos del mar están asociados a la soleada Bahía de Patanemo, cuyas arenas y espumas se ofrecían como recompensa al heroísmo infantil de contener el aliento durante el recorrido por la angosta carretera que, sorteando precipicios, conduce de Gañango a Patanemo.
Nuestras primeras memorias de las costas de Carabobo están ligadas también a Borburata, donde a pocos metros del Santuario del Cristo de la Salud, mis padres y mis tíos solían alquilar en ocasiones una casa con patio y corredores cruzados por hamacas, para disfrutar en familia las vacaciones del mes de agosto, cerca del mar.
Pasaron muchos años, desde los míticos días de la infancia, hasta que regresé a aquellos parajes. Pero el mar siguió allí, interpelándonos con su presencia misteriosa y perenne, como un testigo mudo del origen de la vida multiforme y la disolución que aguarda a todos los seres en la indiferencia de las aguas primordiales.  
Mi retorno a este mar incandescente estuvo marcado, tiempo después, por el encuentro con la obra de varios escritores del litoral carabobeño, para quienes las aguas del Caribe circulan por las venas de sus versos. Fue así como el mar de las ensoñaciones infantiles, el mar nostálgico de la madurez y los mares recreados por la palabra de los poetas se tornaron, súbitamente, un solo y mismo mar.
Hoy quiero compartir con ustedes un breve recorrido por la poesía de tres autores porteños, pertenecientes a distintas generaciones, en cuyos versos danzan la brisa marina y el vaivén resplandeciente de las olas.
El primero de ellos es Asdrúbal González, nacido en Puerto Cabello en 1938, con una extensa obra publicada como narrador, historiador y poeta. Asdrúbal le ha dedicado numerosas páginas a su ciudad natal, pero muy especialmente le ha compuesto sonetos que lo han hecho merecedor de ser contado entre los más notables sonetistas de la literatura nacional, junto a Cruz Salmerón Acosta, Ana Enriqueta Terán y Rafael José Álvarez.
En su poema Puerto Cabello, fraguado con alejandrinos en los que resuena la tradición melodiosa de Góngora y Darío, el autor de Como si el mar fuera palabra se pregunta:

…¿Dónde tuvo su origen la gaviota primera
y el cardumen de peces que brilla el firmamento?
¿Qué recóndito amor puso en tu amor acento
para hacer de tus mares esa ilusión viajera?

Que eres ciudad porteña, de guarura encantada,
de girasoles tibios y de árbol madrugada,
con espumas, gaviotas y luceros en flor.

Y en tus brazos bahía está el sino del mar:
Amor de marinero para el eterno amar,
y amar eternamente de marinero amor.

Desde los inicios de su trayectoria literaria, el mar se revela en la escritura de Asdrúbal González como el escenario propiciante del encuentro amoroso y como puerta abierta a la aventura del viaje hacia las más remotas regiones del mundo. De este modo se le muestra particularmente el Caribe, con su historia colonial de esclavitud y las ansias de libertad de los africanos trasplantados por la fuerza a las islas y los territorios continentales de América. Claro ejemplo de ello es su poema Coloniaje, publicado en 1961 y dedicado a la isla de Santa Lucía, emancipada de la dominación británica apenas en 1979:

…Llorando coloniajes, Santa Lucía
nos sembraba en los ojos su sueño de verduras.
Unos negros
dibujaron con penas nuestro bajel de ensueños.
Estáticos, silentes,
con mil años de ausencias,
abordaron la nave los negros peregrinos.
Junto al agua sembraron
toda una sombra triste, remota, inmensurable…
Atrás quedó la noche con su bandera inglesa.
Adelante, el futuro con estandarte nuevo…

Pero surcar el mar no es sólo el medio para el descubrimiento de lo nuevo, como le aconteció a Colón cuando cruzó el Atlántico hasta arribar a las llamadas Indias Occidentales, sino también la posibilidad tangible de volver al origen presentido del Ser, a la semilla primigenia de la existencia que ya Tales de Mileto reconoció en el agua, Anaxímenes en el aire y Empédocles de Agrigento en la conjunción amorosa de los cuatro elementos. Asdrúbal González roza a menudo la trascendencia ontológica del viaje, a través de la metáfora recurrente de la navegación, en cantos arquetípicos como el que lleva por título Golondrina:

Dejo playa tu arena prisionera
y vuelvo a navegar…
Avanzo a siete nudos del agua en movimiento,
me confundo en un cardumen de meteoritos,
soy mascarón de proa de algún velero náufrago,
eco de la lombarda retumbando en la aurora
de un continente nuevo (…)
En la gruta marina donde nace el viento
hallaré los vestigios de mi mundo inicial,
simbiosis de ave y brisa,
de alisio que goleta navega en el ocaso
su plumazón marina.

El ritmo de las olas incitadoras del abrazo amoroso, el mar aventurero de los marineros y el viaje hacia la fuente originaria del Ser son los mejores dones que la poesía de Asdrúbal González le ha legado al imaginario marino de las letras porteñas.
Quiero referirme ahora a la obra lírica de un escritor y profesor universitario perteneciente a una generación intermedia: Christian Farías, nacido en Puerto Cabello en 1957. Particularmente su libro En el borde del oleaje, está signado por el recuerdo de la ciudad habitada en su niñez: el Puerto Cabello solar y bullicioso impregnado de la sensualidad y la nostalgia de la espiritualidad afroamericana de buena parte de sus pobladores. Ciudad divinizada en el universo personal del autor como origen y destino de la felicidad definitiva:

Vuelvo al puerto de mi infancia
Lejanía profunda del recuerdo
Para anclar la nostalgia de los tiempos idos
Los cerros
Las calles de salitre y ponsigué
El mar
Los cocos y la uva de playa
Los bares de brisa marina
Llenos de son de guaracha y bolero caribe…
Los negros teñidos a martes de carnaval
La danza de San Juan ¡Abigarrado tambor!
Ensalmes de incienso y licor
En las calles y en las plazas…

Farías suma además su nombre a la genealogía de escritores latinoamericanos y caribeños solidarios con los movimientos insurreccionales que, desde la década del sesenta, estallaron en Venezuela y en todo el continente animados por el triunfo de la Revolución Cubana. Incluso el papel cumplido por los militares progresistas desde los tiempos de la resistencia contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, queda registrado en un texto excepcional como Analogías de El Porteñazo, que recrea sus memorias infantiles sobre la rebelión de la izquierda militar de 1962 sofocada a sangre y fuego por el gobierno de Rómulo Betancourt:

Una tarde en el malecón
Frente a las olas del mar
Recordé el sobrevuelo de los aviones
Durante los primeros días de junio de 1962
Y los soldados y los disparos
Y los trotes y las carreras
Y la mudanza para la casa de la abuela
Esquivando las balas y las bombas
Ella nos servía funche con mantequilla y queso
La paleta en la mano de mi abuela
Nos hacía caminar derechitos
Igual a los rebeldes
Llevados como prisioneros
Por las fuerzas del orden.

A mi juicio, la vena más profunda del cauce literario de Christian Farías proviene de la espiritualidad afrocaribeña, que se transpira en su metafísica del agua, en su cosmogonía fundada en la potencia genésica de los ritmos marinos. Por momentos, su visión de una madre nutricia contemplada a la orilla del mar o junto al río nos recuerda a la imagen arquetípica de Yemayá, la diosa de “siete sayas y siete mares” que la religiosidad yoruba dejó plantada para siempre en el Caribe, gracias a la devoción de nuestros ancestros africanos traídos a la fuerza como esclavos por los colonizadores europeos:

El agua acelera su caída
Sobre los bordes del viejo muelle
Y crece en el oleaje del mar
Para borrar las huellas con sus espumas
Las horas se diluyen en su vaivén
Su eternidad sonora
Envuelve la piel de los amantes
Como un manto gigante y salobre
Invisiblemente cubre el rostro del viento
En ocasiones la lluvia
Se apodera de la playa
Y entonces todo parece agua.

Es la misma añoranza de la tierra de los orígenes, adivinada más allá de la infinitud de las aguas, que palpita de nuevo cada vez que el ritmo sincopado del “jazz cubre la noche” o “la guaracha y el bolero suenan / al vaivén del mar”. Para decirlo de otro modo, el mar porteño dibujado en la poesía de Christian Farías se despliega, al mismo tiempo, como sensual oleaje de ritmos caribeños, escenario encrespado del combate de los pueblos que luchan por su liberación y diosa madre que abriga con su manto y amamanta con sus aguas a todas las criaturas.
Entre los escritores de las generaciones más recientes, voy a detenerme un momento, antes de culminar esta travesía, en la poesía de Mirih Berbín. Aunque nacida en San Félix, Estado Bolívar, en 1983, ha vivido la mayor parte de su vida en Puerto Cabello, donde ha desarrollado una notoria labor como columnista, tallerista y promotora cultural. En su primer libro Mareas, el mar se muestra bajo la doble faceta de oleaje destructivo que presagia el naufragio y regazo apacible regenerador de la vida. Se trata en realidad de dos polos de un movimiento pendular de la sensibilidad, en el que los extremos de la tormenta devastadora y la quietud paralizante se transforman siempre el uno en el otro, sin consentir jamás una disolución definitiva:

Cuando esperes que las olas te arrebaten
y se lleven la arena
en las ruinas antiguas
después de la lluvia de Dalí
cuando los dedos tiemblen
más por los años que por la brisa
cuando el vestigio de un día nublado
te recuerde esa lluvia que no atravesaste

suspírame un poco
y verás
que después de tantos crucifijos
seguiremos penando
pero nunca más solos.

El mar se torna aquí paisaje psíquico, proyección imaginaria de una vida interior que se debate entre la tempestad pasional y la serenidad del espíritu, consciente del paso efímero de cada ola que rompe y de cada espejo de tranquilas aguas:

El humo de los años
se convierte en cenizas
que en vano reconcilian

se condensan los golpes
que enmagrecen la euforia
de juegos infantiles  

espero que noviembre pase rápido
que las velas se anclen
al llegar a altamar.

En producciones posteriores, la poesía de Mirih Berbín se aproxima al mar como paisaje objetivo de una identidad porteña que cohabita, dentro de los linderos de su escritura, con trazos de distintas geografías y tradiciones culturales. En el poema que lleva por título Borburata, recoge su devoción por este pueblo protegido por agrestes montañas de la proximidad amenazante del mar, junto con la imagen nostálgica de la casa familiar donde tuvieron su origen el canto y la poesía:

La figura que he dibujado
está en los bordes

la llamé pueblo
y destiñó en su rostro
una herencia del cuero que no comparto.

Le puse puerto
pero la sal no cubre el gen de sus rasgos.

Llevé entonces mi figura lejos
la moví de sitio repetidas veces
esperando su consubstanciación. 

Desde la última parada,
descansa mi imagen
 junto al árbol del patio
observa cómo crecen los frutos
y la semilla se inserta
apenas consciente de que sus líneas
no se estaban desgastando.

El mar seguirá presente, en su creación literaria más reciente, como espacio sacralizado de una vida interior que ahora persigue la trascendencia a través del recogimiento en la secreta hondura de la propia alma. Y así como los místicos del Siglo de Oro español reverenciaron el fuego o la noche como símbolos privilegiados de la contemplación de lo sagrado, en la poesía de Mirih Berbín el mar es la metáfora predilecta de una eternidad que habita plácidamente en las profundidades del espíritu:

…no despierto sospecha de mi lejanía al mar
aún busco en su espuma
la medición del tiempo,
de otros días que veo
desde la noche que termina

…por eso espero
que se duerman los sonidos
cierro la calle, abro el mar
y respiro aquello que se conserva
aún intacto.

Oleaje de las pasiones, sustancia primordial de la identidad porteña y paisaje interior en el que se encarna la trascendencia espiritual, son los significados esenciales de las mareas que surcan la poesía de Mirih Berbín.
Una visión panorámica de la obra de los tres autores aquí considerados, nos revela que la subjetivización del mar patente en el lirismo intimista de esta joven poeta, contrasta con el interés común de Asdrúbal González y Christian Farías por la historia de dominación colonial y resistencia popular que ha dejado sus cicatrices en la piel del Caribe. Con todo, más allá de sus diferencias generacionales, todos ellos coinciden en la valoración del mar como horizonte existencial de su identidad cultural y en la veneración del agua como matriz primigenia de la creación del mundo y destino final de nuestro paso por la tierra.
Impregnados con el asombro que suscitan sus versos, concluimos este brevísimo periplo por el imaginario marino de la literatura porteña, con el que hemos querido ofrendar un modesto tributo al talento de numerosos escritores que han asumido la defensa espiritual de la poesía, como fortines erigidos en las playas y cordilleras de Carabobo, desde las que se divisan las olas luminosas del Mar de los Caribes.   

REFERENCIAS

Berbín, Mirih (2008). Mareas. Caracas: Fundación Editorial El Perro y la Rana.
Farías, Christian (2012). En el borde del oleaje. Caracas: Fondo Editorial Ipasme.
González, Asdrúbal (2000). Obra Poética. Caracas: Italgráfica.

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